30 de març del 2008

Los años no perdonan

Un negocio no es negocio si no te permite levantarte a las diez de la mañana. Eso decía Lara, el creador de Planeta. En lo que a mí respecta diré que mi aspiración en la vida era encontrar un oficio que me permitiera dormir la siesta. Yo podría morirme ahora mismo dado que he visto mi sueño realizado, pero ¿por qué morirme, pregunto, si cada tarde espero con ilusión renovada el momento de despanzurrarme en el sillón y, abrazada al mando a distancia como el bebé a su chupete, dejo que la mandíbula se me hinque en el pecho? Ya de pequeña apuntaba. Frente a esos niños inquietos que desde los tiempos de Atapuerca han dando el coñazo a sus padres a las cuatro de la tarde y lo seguirán dando hasta que los polos se derritan y a los seres humanos no nos quede otra que volver a ser anfibios, frente a esos jodíosporculo, yo fui una niña burguesa, consciente de que no hay felicidad como la de dormir con la panza llena. A estas alturas sé el tipo de sueño que provoca cada alimento. El sueño de los garbanzos, por ejemplo, es pesado, como el del lobo que se comió a los siete cabritillos. Pero el sueño por antonomasia es el que da el arroz. ¡Qué perfección narcótica! El arroz es el opio del pueblo. Yo recuerdo que antes, cuando Franco, la siesta se asumía como una obligación moral. Imagino que en la España de entonces habría gente que trabajaba a esas horas, pero yo sólo cuento lo que vi, y lo que vi eran unos parientes, los míos, que se retiraban a sus camas de barrotes dos horas por lo menos. Y debe ser cosa genética porque, como digo, mi vida gira actualmente alrededor de la siesta. Todo lo que la interrumpa, la llamada telefónica de un ser querido o esos mensajeros que vienen con un libro para destrozarnos la vida, saca de mí el Gremlin que llevo dentro. Hoy en día, echarse la siesta parece un acto vergonzoso. Ante el prestigio del dinamismo y el influjo de lo anglosajón, la siesta ha de vivirse en silencio, como las hemorroides (...) Yo le dije a una amiga americana que vive en Madrid que, para completar su inmersión hispánica, se viera el anuncio que hace Carmen Sevilla sobre laxantes. Lo suelen emitir, además, a la hora de la siesta. Carmen, vestida de verde Ben-Hur, comparte confidencias con una amiga que está un poco estreñida. Carmen, todo bondad, le habla a la amiga de su propio tránsito intestinal, que al parecer ha vivido momentos perezosos (...) Mi amiga americana vio el anuncio y, roja como un tomate, me dijo con su acento de dama del sur: "Oh, Dios mío, ¿por qué Carmen tiene que contar eso?". Yo la tranquilicé diciéndole que, para un español, un amigo es ese ser al que se le puede acabar contando problemas intestinales...

Elvira Lindo (El País, 30/03/2008)