tiempo de editoriales
Macri no agrede a nadie, ¿eh?
Sandra Russo
...Macri no quiere hablar del pasado. No quiere hablar de modelo. No quiere hablar de ideología. Pretende que lo suyo será gestión quirúrgica, gestión aséptica, un devenir amable de bancos en las plazas, tránsito fluido y baches rellenados. Sigue con el marketing que le dio resultados increíbles. Y es efectivamente increíble que con su “Yo no agredo a nadie” Macri pueda gambetear y llegar al arco, con gente que le tira papelitos. Esa gente sabe quién es Macri, y sabe que Macri no quiere hablar del pasado porque su archivo no lo resiste, y sabe que Macri no quiere hablar de modelos porque si dice cuál tiene en mente no va a ser Pro, y sabe que Macri no discute ideología porque la desideología ha permitido el control de los débiles y eso no tiene por qué cambiar.
Blindado en su “Yo no agredo a nadie”, Macri sonríe. Su situación es inmejorable. Cualquier dardo pesado será devuelto con su latiguillo. Esto en cristiano se llama hacerse el boludo, pero la escaramuza está bastante bien armada, y cuando la gente no quiere ver lo que tiene delante, porque es horrible, y prefiere tomar a algún personaje de la realidad como un molde en el que hornear sus ilusiones, lo demás sigue solo.
Macri no agrede de palabra, pero agredió de hecho. Su grupo agredió de hecho a millones de personas, porque succionó al Estado. Porque pervirtió lo colectivo en beneficio propio. Tomando nota de eso, ¿cómo va a querer Macri hablar de ideología?
Lo raro es que haya tanta gente detenida en el árbol, cuando sólo un poco más atrás está el bosque, y en él, una emboscada.
Eso de la ideología
Eduardo Aliverti
...Va a estar bueno dejar de ampararse en asepsias profesionalistas. Alrededor de la mitad de los porteños votó por sacarse de encima a la resaca, a los cartoneros, a “la negrada” del conurbano que se atiende en los hospitales de la Capital. Votó porque de una vez por todas haya represión contra los desórdenes callejeros, y votó por que si en ese accionar muere alguno sería tanto una macana como una lección. Votó por que al frente de la tarea municipal haya un “gerente” y no un político, sin haber aprendido nada de lo que le pasó a este país por dejar la política en manos de “gerentes”. Votó importándole cero lo que este gerente en particular, y su familia, y sus negocios familiares, ya demostraron como defensores del interés comunitario. Votó a Menem. Y aunque sólo decirlo ya provoque un tanto de pudor, deberá admitirse que en medio de esas y otras razones es agregable la asociación entre su figura y los éxitos futbolísticos de Boca Juniors, por más que la bonanza deportiva esté lejísimo de darse la mano con el estado financiero del club. El pasado y presente de Macri como legislador también tiene lo suyo: en el Congreso no le vieron la cara casi nunca. Así lo reconoció el propio Macri en el debate televisivo: “¿Para qué voy a ir si son mayoría (el oficialismo) y votan lo que quieren?” Notable, sin dejar de ser obvio: el discurso “antipolítica”, que le allegó a Macri una buena o enorme parte de sus sufragios, está respaldado en el hartazgo por los parlamentarios ñoquis que se llenan los bolsillos sin siquiera asistir al recinto. Macri, que es precisamente un emblema de esa vagancia, saca el 45 por ciento de los votos.
En la ciudad se impuso el retorno explícito de la derecha a través de un voto profundamente ideológico. Porque cuando se vota, así sea en una elección municipal, a la par de supuestamente votarse –en el mejor de los casos– por las propuestas para arreglar las veredas, qué hacer con la caca de los perros o cómo disminuir los niveles de ruido, se vota en primer lugar por símbolos, por imaginario, por antecedentes. Por si se quiere ir para allá o para acá. Y véase al respecto una paradoja notable. La inmensa mayoría de los encuestadores, por no decir la totalidad, aduce que el gran mérito de Macri fue no haber dicho nada, no haber propuesto nada. Haberse remitido a visitar escuelas, correr maratones, recorrer villas, tomar mate con jubilados, subirse a un colectivo, treparse a un basural. Que su gran virtud marketinera fue eso, simplemente, dicen los grandes analistas de este país: quedarse al margen de la confrontación entre Filmus y Telerman y esperar sentado sin decir nada, porque “la gente” sencillamente quiere un cambio y no le importan las cuestiones ideológicas. Pues bien: si la gente sencillamente quiere un cambio y no le importan las cuestiones ideológicas y vota a un tipo que no dice nada, se está diciendo todo lo contrario de lo que se dice. Es decir, que lo que se vota es ideología, es símbolo, es imaginario, no propuestas. Supongamos que salen a inquirir a los votantes macristas con una única y directa pregunta: “¿Puede usted mencionar alguna propuesta concreta de Mauricio Macri, que no sea lo bien que hace tomar una cucharada de aceite de bacalao en el desayuno?” No. No puede. El votante de Macri no puede mencionar ninguna propuesta de Macri. Puede decirse que tampoco podrían citar propuesta alguna los votantes de todos los demás. Correcto. Pero entonces, ay, tenemos dos problemas. Uno, que algunos, varios o muchos del resto de los candidatos no ocultaron que votarlos era, antes que nada, un asunto ideológico. Y dos, pero primero, que queda ratificado que el voto es ideológico porque nadie o casi nadie conoce las propuestas de nadie o casi nadie.
(...)
No hay nada más ideológico que un voto “desideologizado”. Por eso ganó Macri. Porque supo montarse en el drama de que ya no hay partidos políticos. De que no hay conducción de unidad colectiva. De que no hay líderes. De que no se organizan ni la bronca ni las aspiraciones populares. De que el kirchnerismo –en la benéfica interpretación de que puede ser una opción válida para los intereses de las mayorías– no se expresa sino a través de sí mismo. Ya no las grandes corrientes y organizaciones populares, sino la capacidad de convicción de los ilusionistas de turno. Es la herencia del menemismo y por eso ganó Macri. Porque ganó Menem.
Siempre habrá, sin embargo, y volverá a haber, unos muchos o unos pocos que opondrán resistencia a ese triunfo de la insolidaridad, de los oprimidos que reproducen el discurso del opresor, de la pobre gente o de la gente pobre que se angustia y vota a un garca. Siempre habrá.
Así que sí. Va a estar bueno.
Sandra Russo
...Macri no quiere hablar del pasado. No quiere hablar de modelo. No quiere hablar de ideología. Pretende que lo suyo será gestión quirúrgica, gestión aséptica, un devenir amable de bancos en las plazas, tránsito fluido y baches rellenados. Sigue con el marketing que le dio resultados increíbles. Y es efectivamente increíble que con su “Yo no agredo a nadie” Macri pueda gambetear y llegar al arco, con gente que le tira papelitos. Esa gente sabe quién es Macri, y sabe que Macri no quiere hablar del pasado porque su archivo no lo resiste, y sabe que Macri no quiere hablar de modelos porque si dice cuál tiene en mente no va a ser Pro, y sabe que Macri no discute ideología porque la desideología ha permitido el control de los débiles y eso no tiene por qué cambiar.
Blindado en su “Yo no agredo a nadie”, Macri sonríe. Su situación es inmejorable. Cualquier dardo pesado será devuelto con su latiguillo. Esto en cristiano se llama hacerse el boludo, pero la escaramuza está bastante bien armada, y cuando la gente no quiere ver lo que tiene delante, porque es horrible, y prefiere tomar a algún personaje de la realidad como un molde en el que hornear sus ilusiones, lo demás sigue solo.
Macri no agrede de palabra, pero agredió de hecho. Su grupo agredió de hecho a millones de personas, porque succionó al Estado. Porque pervirtió lo colectivo en beneficio propio. Tomando nota de eso, ¿cómo va a querer Macri hablar de ideología?
Lo raro es que haya tanta gente detenida en el árbol, cuando sólo un poco más atrás está el bosque, y en él, una emboscada.
Eso de la ideología
Eduardo Aliverti
...Va a estar bueno dejar de ampararse en asepsias profesionalistas. Alrededor de la mitad de los porteños votó por sacarse de encima a la resaca, a los cartoneros, a “la negrada” del conurbano que se atiende en los hospitales de la Capital. Votó porque de una vez por todas haya represión contra los desórdenes callejeros, y votó por que si en ese accionar muere alguno sería tanto una macana como una lección. Votó por que al frente de la tarea municipal haya un “gerente” y no un político, sin haber aprendido nada de lo que le pasó a este país por dejar la política en manos de “gerentes”. Votó importándole cero lo que este gerente en particular, y su familia, y sus negocios familiares, ya demostraron como defensores del interés comunitario. Votó a Menem. Y aunque sólo decirlo ya provoque un tanto de pudor, deberá admitirse que en medio de esas y otras razones es agregable la asociación entre su figura y los éxitos futbolísticos de Boca Juniors, por más que la bonanza deportiva esté lejísimo de darse la mano con el estado financiero del club. El pasado y presente de Macri como legislador también tiene lo suyo: en el Congreso no le vieron la cara casi nunca. Así lo reconoció el propio Macri en el debate televisivo: “¿Para qué voy a ir si son mayoría (el oficialismo) y votan lo que quieren?” Notable, sin dejar de ser obvio: el discurso “antipolítica”, que le allegó a Macri una buena o enorme parte de sus sufragios, está respaldado en el hartazgo por los parlamentarios ñoquis que se llenan los bolsillos sin siquiera asistir al recinto. Macri, que es precisamente un emblema de esa vagancia, saca el 45 por ciento de los votos.
En la ciudad se impuso el retorno explícito de la derecha a través de un voto profundamente ideológico. Porque cuando se vota, así sea en una elección municipal, a la par de supuestamente votarse –en el mejor de los casos– por las propuestas para arreglar las veredas, qué hacer con la caca de los perros o cómo disminuir los niveles de ruido, se vota en primer lugar por símbolos, por imaginario, por antecedentes. Por si se quiere ir para allá o para acá. Y véase al respecto una paradoja notable. La inmensa mayoría de los encuestadores, por no decir la totalidad, aduce que el gran mérito de Macri fue no haber dicho nada, no haber propuesto nada. Haberse remitido a visitar escuelas, correr maratones, recorrer villas, tomar mate con jubilados, subirse a un colectivo, treparse a un basural. Que su gran virtud marketinera fue eso, simplemente, dicen los grandes analistas de este país: quedarse al margen de la confrontación entre Filmus y Telerman y esperar sentado sin decir nada, porque “la gente” sencillamente quiere un cambio y no le importan las cuestiones ideológicas. Pues bien: si la gente sencillamente quiere un cambio y no le importan las cuestiones ideológicas y vota a un tipo que no dice nada, se está diciendo todo lo contrario de lo que se dice. Es decir, que lo que se vota es ideología, es símbolo, es imaginario, no propuestas. Supongamos que salen a inquirir a los votantes macristas con una única y directa pregunta: “¿Puede usted mencionar alguna propuesta concreta de Mauricio Macri, que no sea lo bien que hace tomar una cucharada de aceite de bacalao en el desayuno?” No. No puede. El votante de Macri no puede mencionar ninguna propuesta de Macri. Puede decirse que tampoco podrían citar propuesta alguna los votantes de todos los demás. Correcto. Pero entonces, ay, tenemos dos problemas. Uno, que algunos, varios o muchos del resto de los candidatos no ocultaron que votarlos era, antes que nada, un asunto ideológico. Y dos, pero primero, que queda ratificado que el voto es ideológico porque nadie o casi nadie conoce las propuestas de nadie o casi nadie.
(...)
No hay nada más ideológico que un voto “desideologizado”. Por eso ganó Macri. Porque supo montarse en el drama de que ya no hay partidos políticos. De que no hay conducción de unidad colectiva. De que no hay líderes. De que no se organizan ni la bronca ni las aspiraciones populares. De que el kirchnerismo –en la benéfica interpretación de que puede ser una opción válida para los intereses de las mayorías– no se expresa sino a través de sí mismo. Ya no las grandes corrientes y organizaciones populares, sino la capacidad de convicción de los ilusionistas de turno. Es la herencia del menemismo y por eso ganó Macri. Porque ganó Menem.
Siempre habrá, sin embargo, y volverá a haber, unos muchos o unos pocos que opondrán resistencia a ese triunfo de la insolidaridad, de los oprimidos que reproducen el discurso del opresor, de la pobre gente o de la gente pobre que se angustia y vota a un garca. Siempre habrá.
Así que sí. Va a estar bueno.
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