30 de gener del 2007

sin él, y tanto más solos

Como con los actores y los directores (que se van colando en nuestras vidas a través de sus películas), los escritores que admiramos (por medio de sus libros, los que nos conmovieron o acompañaron) pasan, de alguna forma extraña y sutil, a ser *parte de la familia*. O como los blogs que frecuentamos, si quieren. Como los amigos. Por empatía.

Los adoptamos, nos desilusionamos cuando encontramos diferencias con nuestro punto de vista, a veces nos alejamos, pero permanecen como gente cara a nuestro corazón.


Pocas veces había visto su cara y sólo en fotos, pero cuando el viernes a la noche (creo) lo pesqué reporteado en TV española supe que era él, aunque no dijeran su nombre. Algo de sus cejas, de sus dientes, de su mirada joven: los mismos rasgos que saltan a la vista en la contratapa de cada uno de sus libros. Hoy supe que ése era un programa repetido y, peor aún, homenaje: hojeando los diarios de mi ausencia descubrí que La Nación Cultura reproduce un texto suyo. En la bajada se lee "fallecido esta semana".
Se me cerró el pecho.


No sé cuándo ni dónde escuché su nombre por primera vez, pero estoy segura de que la atracción tiene que haber pasado por la historia de su vida. Recién después lo conocí como escritor, como periodista. El primer libro de él que compré fue Los cínicos no sirven para este oficio. Recuerdo que me empeñé en aprender a escribir bien su nombre, con todos los acentos. A continuación, le siguió la revelación de Ébano, el maravilloso y simple relato de su historia con la cobra, entender -tratar de entender- de su mano el mundo africano.
Le siguieron un par más, de diferentes países, de diferentes conflictos, de otras tierras, otros vidas allá lejos donde nadie va, menos hasta el último confín, menos aún vuelve para contarlo, y muchísimo menos aún lo cuenta de esa manera.
En mi mesa de luz, sin terminar aún, La guerra del fútbol.


Bueno, nada: que murió Ryszard Kapuściński, y ahora lo escribo y me dan ganas de llorar.
Y me siento más sola en el mundo, más indefensa.
No por nada García Márquez lo llamó *maestro* o Le Carré *el enviado de Dios* o Auster dijo *no puedo pensar en ningún otro escritor cuyo trabajo sea más importante para mí*. No era un falso profeta. Simplemente vio 27 revoluciones, sufrió malaria y tuberculosis, lo picó un escorpión, fue torturado, rociado con combustible (y luego liberado), condenado 4 veces a ser fusilado, víctima de la censura, estuvo 5 años sin estar en contacto con su familia. Todo por ser cronista de guerra, relator de un siglo de odio.

Lloro ahora.
Los dejo con el prólogo de Ébano:


...He vivido unos cuantos años en África. Fui allí por primera vez en 1957. Luego, a lo largo de cuarenta años, he vuelto cada vez que se presentaba la ocasión. Viajé mucho. Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos.

De manera que éste no es un libro sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sobre mis encuentros con ellas y el tiempo que pasamos juntos. Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos "África". En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe...



y una entrevista de hace menos de un año.