12 de novembre del 2006

llora el eyaculador precoz, y se masturba la telefonista...

LOS EXHIBICIONISTAS ya no son lo que eran. Aquellos que se iban a las puertas de los colegios o esperaban en los parques para abrirse la gabardina, enseñar su cosita y que las feroces niñas de los institutos nos muriéramos de risa, hoy, perdonen la nostalgia, no son ni sombra de lo que fueron. Me encontraba el miércoles con un amigo en una cafetería de la Gran Patata, disfrutando de los beneficios de este mi exilio exterior -por ejemplo, de esos grandes ventanales que bajan hasta el suelo y ofrecen la mejor perspectiva del va y viene de la calle y sus monstruos, que aquí son legión-, cuando de pronto pasa un hombre de unos cincuenta aferrado con las dos manos al mango del paraguas. El hombre se para en seco, apoya el paraguas abierto en el suelo, y así, bajo la lluvia, como si quisiera dotar a su acto de un componente dramático no ajeno a la estética cinematográfica, se acerca a nuestra cristalera, concretamente a una mesa de señoras en sus cincuenta, y mirándolas fijamente el hombre va y abre la chaqueta. Los ojos se nos fueron -a las señoras, a mi amigo, a mí, a los camareros- a la zona referente a la bragueta. Pensamos, como es natural, que por ahí andaría el siguiente paso. Pero no. Lo que hizo el hombre fue subirse la camiseta y enseñar una barriga enorme y peluda. Las mujeres gritaron "¡aaahhh!", llevándose las manos a la boca. El camarero, de origen polaco, dijo: "¡Cómo no se va a amar esta ciudad!". Y mi amigo y yo, que como todo español llevamos un pequeño sociólogo corroyéndonos las entrañas y deseando salir y soltar una teoría, nos preguntamos que adónde va un país en el que en vez de enseñar el pene (lo llamo así porque los exhibicionistas la suelen tener bastante chica) lo que se enseña es la panza. Todo se derrumba...

(Elvira Lindo. El País, 12/11/2006)