6 d’abril del 2006

primer día de clases

Cuando terminé la secundaria, mis viejos fueron flexibles. Yo no quería estudiar ninguna carrera universitaria, sino teatro. Ellos me apoyaron.
Entonces empecé teatro, francés y danza, como una buena chica.
Cada tanto, mi viejo me decía: Mirá que si querés empezar una carrera, yo te banco todo.
Pero la verdad es que a mí sólo me fascinaba la vida universitaria de los campus de las películas o series. No la de acá, que ibas a almorzar a tu casa y esa materia la podías reemplazar por la otra y era imposible entender la totalidad de exámenes y vericuetos a rendir.

En fin. Que terminé los años de teatro, me perfeccioné con maestros extranjeros, probé las tablas (y los camarines), me hice de abajo.
Y el resto de mi formación *intelectual* lo desarrollé según mi propio programa de estudios: mucho cine, muchísimo teatro, ópera, abonos a conciertos, libros según mi interés circunstancial, carradas de festivales, mucho vagabundeo por calles, todos los viajes sola que pude, códigos laborales, y pilas de revistas.

Si soy sincera, debo confesar que la mayoría del tiempo me siento más capacitada que el resto de la gente. Muy segura de lo que sé.

Hasta que me topo con gente brillante.

Y ahí me doy cuenta de que no sé nada de nada *bien*; que sólo sé *un poco* de temas varios y suelo estar muy atenta a todo (lo que siempre signé como mi virtud más pagadora). Pero un análisis serio me sale para el culo, porque sé que no estoy preparada para hacerlo.

Y me encantaría responderle bien todo.
Pero bueno. Supongo que para eso voy a sus clases.

Hoy empecé el segundo año. Estudio Dirección.
Y cada semana, *te juro*, siento el momento en que se me va abriendo la cabeza.