querido diario:
sábado
Me desperté resfriada. Muy. O alergiada. Otra vez.
Me volví a acostar esperando el llamado de mi madre que me debía decir si le daban el alta y yo tenía que ir a buscarla. Hace días que se lo están por dar, pero aún no porque no puede pasar 24 hs sin fiebre y no saben qué es lo que tiene. Cuando sonó el celular, lo confieso, deseé que no se la dieran para poder seguir durmiendo. Durmiendo durmiendo durmiendo.
Lo sé.
Y no se la dieron.
Comí de pie una porción de tarta de puerros y corrí a ver Capote. No me gustó demasiado pero me dieron ganas de leer de nuevo A sangre fría.
Escuché un correo de voz de Lupe, preocupada porque no respondía sus sms, que nunca me llegaron. Nunca estoy en la posición de reclamada, y me gustó.
Caminé, mirando vidrieras, hasta que fuera hora de visitar a mi madre. Me compré 2 pantalones y 1 CD. Quería regalarme algo -aunque no debería gastar- por las semanas que pasé.
Visité a mis amigos de la librería. Sólo estaba Fernando. Hablamos de El dios de las pequeñas cosas. Me dijo que le encantó y que, como no le gusta escribir en los libros, cuando lo leyó se compró un cuadernito para tomar notas para una futura canción. En su biblioteca tiene uno al lado del otro.
(Me encantan mis libreros: mientras en otras partes te piden que les deletrees Kapuscinski, ellos te comparan El sha con Ébano, y te terminan recomendando El imperio...)
Tomé una lágrima en taza con 3 medialunas. De grasa, calientes. Luego pedí dos más.
En el interín, me llamó A; me dijo que, como estuve quedándome hasta tarde estos últimos días, el lunes vaya a las 3.
Estuve un rato con mamá. Cuando el que realmente me pedía compañía, como cada fin de semana de soledad, era papá.
Cené con Lupe y su madre en La churrasquita. Le pedí que ordenara por mí; a veces me aburre mucho pedir cuando no se me antoja nada. Y sólo se me antoja pescado, a veces. Me hizo acordar de que los martes (¿o los miércoles?) a casa llegaban Billiken (para mi hermano) y Anteojito (para mí).
Me da paja lavar la pila de ollas y platos sucios. Más aún poner a lavar ropa.
La heladera no se termina de descongelar. Y cuando lo haga, no sé qué diablos debo hacer.
El resfrío (o alergia) persiste.
Escribo esto.
Me desperté resfriada. Muy. O alergiada. Otra vez.
Me volví a acostar esperando el llamado de mi madre que me debía decir si le daban el alta y yo tenía que ir a buscarla. Hace días que se lo están por dar, pero aún no porque no puede pasar 24 hs sin fiebre y no saben qué es lo que tiene. Cuando sonó el celular, lo confieso, deseé que no se la dieran para poder seguir durmiendo. Durmiendo durmiendo durmiendo.
Lo sé.
Y no se la dieron.
Comí de pie una porción de tarta de puerros y corrí a ver Capote. No me gustó demasiado pero me dieron ganas de leer de nuevo A sangre fría.
Escuché un correo de voz de Lupe, preocupada porque no respondía sus sms, que nunca me llegaron. Nunca estoy en la posición de reclamada, y me gustó.
Caminé, mirando vidrieras, hasta que fuera hora de visitar a mi madre. Me compré 2 pantalones y 1 CD. Quería regalarme algo -aunque no debería gastar- por las semanas que pasé.
Visité a mis amigos de la librería. Sólo estaba Fernando. Hablamos de El dios de las pequeñas cosas. Me dijo que le encantó y que, como no le gusta escribir en los libros, cuando lo leyó se compró un cuadernito para tomar notas para una futura canción. En su biblioteca tiene uno al lado del otro.
(Me encantan mis libreros: mientras en otras partes te piden que les deletrees Kapuscinski, ellos te comparan El sha con Ébano, y te terminan recomendando El imperio...)
Tomé una lágrima en taza con 3 medialunas. De grasa, calientes. Luego pedí dos más.
En el interín, me llamó A; me dijo que, como estuve quedándome hasta tarde estos últimos días, el lunes vaya a las 3.
Estuve un rato con mamá. Cuando el que realmente me pedía compañía, como cada fin de semana de soledad, era papá.
Cené con Lupe y su madre en La churrasquita. Le pedí que ordenara por mí; a veces me aburre mucho pedir cuando no se me antoja nada. Y sólo se me antoja pescado, a veces. Me hizo acordar de que los martes (¿o los miércoles?) a casa llegaban Billiken (para mi hermano) y Anteojito (para mí).
Me da paja lavar la pila de ollas y platos sucios. Más aún poner a lavar ropa.
La heladera no se termina de descongelar. Y cuando lo haga, no sé qué diablos debo hacer.
El resfrío (o alergia) persiste.
Escribo esto.
<< Home