26 de gener del 2006

De Cortázar, el género epistolar y la genialidad 1

A Patricia y Mario Vargas Llosa

“Londres, marzo de 1970

Queridos Patricia y Mario (plus my nephews!):

Este es un boletín informativo sobre la situación en general y los detalles en particular. Lo primero: gracias, muchas gracias por la hospitalidad, agradecimiento que Ugné comparte conmigo –en su caso, mezclado por la tristeza de no haber podido verlos por lo menos en la víspera de la partida-.

Espero que no encontrarán el departamento ni más ni menos arruinado que cuando lo dejaron. El “meter” del salón sigue haciendo de las suyas, o sea que se tranca, y tengo los dedos machucados y despellejados a fuerza de mover la maldita palanca; creo que sería bueno hacerlo revisar, porque al irme de la casa estaba enérgicamente trancado y no hubo invocación mágica ni puteada porteña que lo sacara de su obstinación. Quizás ocurre que el depósito está abarrotado de chelines y peniques, y eso explicaría tanta mala voluntad; porque desde luego he perdido la cuenta de la cantidad de dinero que metí dentro para calentar un poco la casa. Y esto me lleva (como en la canción de ‘Touts va très bien, madame la marquise’) a explicar por qué me fui del departamento bastante antes de la vuelta de ustedes –exactamente el domingo 4-. El frío, ese concepto despreciable en nuestra época tecnológica, sigue siendo una realidad temible en un departamento inglés. Mientras estuvo aquí Ugné, no hizo demasiado frío y la pasamos muy bien (aunque el calefón de la cocina tenía sus momentos de desánimo y los baños de tina eran más bien para pingüinos); pero luego de su partida, la temperatura empezó a bajar en Londres, y desde el viernes hubo nieve. Eliot tenía razón, April is the cruellest of months. Mis maniobras estratégicas consistieron al principio en hacer andar a fondo la calefacción; luego me atrincheré en el salón para trabajar; después me puse tres pares de calcetines y dos pullovers; al final me envolví en una colcha para traducir y leer, y pasé a un régimen de media botella de scotch por jornada, además de café cada media hora. El sábado 3, agotados los recursos logísticos, tácticos y de otra naturaleza, empecé a toser. Nada me da más terror que una gripe en el extranjero; insumí dosis navegables de jarabe pectoral, tomé aspirina, caminé en círculo cada cinco minutos recitando a gritos el Baghavadgita. El sábado a medianoche, cuando mi chequita amiga declaró que jamás había sentido tanto frío, comprendí que había que batirse en retirada.

Se planteaba el problema de: a) el correo; b) la vigilancia de la casa vacía; c) la observación ocular y cariñosa del auto. Hago un paréntesis para decirles que Ugné no se animó a tocar el auto, y que yo no la animé en absoluto, porque creo que si alguien tiene miedo, lo más seguro es que también tenga un accidente, de manera que el auto lo encontrarán exactamente en el lugar donde lo dejaron, es decir en el segundo rectángulo del aparcamiento contando desde la esquina. Acabo de verlo esta mañana y nos hicimos gestos de amistad; parece estar muy bien, con sus ruedas delanteras ligeramente desviadas a un lado como las dejó su amo. Seguiré ocupándome de él y de la casa hasta el jueves 9 por la noche, en que tomo el ‘boat train’.

Vuelvo al tema central: el domingo de mañana tracé un círculo mental de dos manzanas a la redonda, y exploré los hoteles en busca de un cuarto caliente. Pequeño, sucio, hórrido, con arañas, con tres senegaleses durmiendo en el suelo, con fantasmas o vampiros, pero caliente. Lo encontré en Trebovir Road, en un hotel que se llama ASTOR HOUSE, y decidí que el emplazamiento era perfecto para ir una o dos veces por día a cuidar el auto, a entrar el correo, y echarle un vistazo al igloo (pues ya no merecía otro nombre luego que se apagaron los radiadores). Pienso, pues, que no habré sido negligente con quienes me dieron todo lo suyo tan generosamente.

Los problemas domésticos no son complicados: llevé las sábanas y las toallas a una lavandería, pero me dijeron que sólo podían lavarlas y secarlas; me perdonarás, Patricia, porque yo quería dejártelas bien planchadas; en todo caso las encontrarás limpias.

Ugné y yo hicimos un par de llamadas a Barcelona y París. No sé lo que costarán, pero pienso que estas cinco libras han de cubrir más o menos el gasto.

Y ahora, Mario, un detalle que prueba el genio de los escritores argentinos (si fuera necesario probarlo todavía, después de Sábato y Mallea). Junto con tu correo, llegó una nota del Post Office diciendo que tenías un paquete certificado, que era el tercer aviso, y que si no ibas a buscarlo, lo devolvían al remitente. Pensé que podía ser importante, y medité. Había la posibilidad de que tú me autorizaras a retirar el paquete en tu nombre; me dispuse, pues, a falsificar tu firma para tal autorización. Me dije que a lo mejor el correo tiene registradas las firmas de sus clientes, en cuyo caso hubieras tenido que ir a sacarme de la cárcel. La idea, te lo confieso sin rubor, no me gustaba, pero mucho menos que perdieras el paquete que podían ser pruebas, caviar, un oso hormiguero o ánforas de miel y aljófar para Patricia y los niños. Cerré los ojos y solté un ‘Mario Vargas Llosa’ a todo trapo en el formulario de autorización; después, verde de miedo, me presenté en el correo. El empleado me miró, miró tu firma, yo tenía los dedos cruzados (dentro de los bolsillos), y me pidió el pasaporte. Le mostré mi carte de séjour francesa; miró la foto y dijo: ‘Well, you’ve changed a lot’. La barba, claro. Le expliqué las razones pilosas, entonces me preguntó: ‘¿Cuándo se marchó el señor Vargas Llosa?’. ‘Esta mañana’, contesté. ‘Me dejó la autorización porque no tenía tiempo de venir’. Pensó un poco, y me preguntó cuándo volvías. Le dije el 10 o el 11. Me miró, miró mi foto, miró tu firma, suspiró, me dijo que esperara, y el paquete es el de Seix Barral que encontrarás entre las cartas. No hay de qué…”

Cartas 3 – Cortázar
Pág. 1383